Entre himnos y crucifijos
Fue el pasado día 21 de diciembre. Aprovechando que las niñas apuraban sus últimas horas de cole y guardería antes de las vacaciones, mi mujer y yo bajamos a Ibiza ciudad a realizar las penúltimas compras navideñas. Tras aparcar, cerca del mercado nuevo, nos dirigíamos a fundir lo poco que a esas alturas del mes aún le quedaba a la tarjeta de crédito cuando, al pasar junto al Colegio Público de Sa Bodega, una extraña música llamó mi atención. De hecho, pasar junto a ese colegio siempre llama la atención, pues su arquitectura, y pese a la remodelación que se le hizo en 1988, difiere mucho de la del resto de la ciudad, y, sobre todo, de la del resto de escuelas de la isla. Y es que, según cuenta la leyenda urbana que todos los isleños hemos oído en alguna que otra ocasión, en el momento de su construcción, allá por el inicio del tardofranquismo, algún funcionario del ministerio de educación se equivocó y mandó a Ibiza los planos de una escuela que se debía construir en alguna de las plazas españolas del norte de África, ya fuese Ceuta, Melilla o, incluso, el Sahara occidental.
Sea verdad o no, si es cierto que la singular construcción de barracones de Sa Bodega mas parece la de un centro norteafricano que no la de uno ibicenco, aunque, y volviendo al tema que nos ocupaba, no fue precisamente una danza moruna la música que me hizo parar de golpe sino el himno del F.C. Barcelona, el cual, sonaba a todo volumen en un patio de colegio repleto de chavalines que jugaban despreocupados en ese penúltimo día de clases. Al darme cuenta, mi primera reacción, y mas llevando como llevaba ese día puesta una sudadera del Espanyol, fue la de decirle a mi mujer que entráramos en la escuela a expresarle al director nuestro malestar e indicarle que, de persistir en ese sectarismo deportivo, no nos quedaría otro remedio que sacar al niño de la escuela.
- ¿Qué niño?- me preguntó extrañada mi mujer. (Nuestras hijas van a centros de otro municipio)
- ¿Qué más da?- dije yo. –Al primero que veamos le decimos: “Venga niño, que ya no vas a volver nunca mas al cole, y verás lo contento que se pone.
Bromas aparte, lo cierto es que, por unos instantes, recordé la pelea que mantienen los amigos de Montmeló en aras de conseguir que el sectarismo culé no impregne las aulas del pueblo, y lamenté que estas cosas empezasen a llegar también a esta isla. Supongo, que el hecho en sí se debió al afán de algún maestro en querer celebrar el triunfo conseguido por el F.C. Barcelona dos días antes en el mundialito de clubes, y que, de ser así, podría llegar a tener incluso su punto de lógica, al tratarse de una victoria de un equipo español en una competición internacional. Claro, que entonces habría que preguntarse si cuando el ganador fue otro, llámese Real Madrid, Valencia o Sevilla (por citar equipos que han ganado competiciones internacionales en esta década que acaba de finalizar) el procedimiento a aplicar fue el mismo, y, aunque no lo puedo asegurar, algo me dice que no.
Y es que ahora que se van a retirar los crucifijos de las escuelas públicas, al ser oficialmente el nuestro, y pese a la enorme tradición católica que nos acompaña, un estado (que no un país) laico y aconfesional, bien harían algunos maestros en recordar que, para muchos de los padres de sus alumnos, el fútbol es algo muy parecido a una religión. No en vano, también nosotros seguimos de un modo irracional a nuestros equipos, dejándonos llevar más por el corazón y la fe que no por la cabeza. Y, asimismo, acudimos sin falta cada domingo a los estadios (nuestros templos particulares) para adorar a nuestros dioses, aunque, en la mayoría de los casos, éstos se revelen más falsos que un becerro de oro. Y, de igual modo, también tenemos nuestros credos y entonamos nuestros salmos, e incluso, a veces, también repartimos y nos reparten buenas hostias durante la liturgia.
De ahí, que al igual que muchos padres aplauden la retirada de los crucifijos, con la excusa de que el que quiera que su hijo vea símbolos religiosos los lleve a una iglesia, yo, me siento del todo legitimado para pedir que el quiera que su hijo oiga el himno de su club lo lleve a un estadio, que las escuelas, y más las públicas, están para otras cosas.
article d'Emilio, extret d'El pan de los pobres
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